Jara Yáñez Los enigmas de la locura se afirman una vez más como fuente inagotable de inspiración. Acercarse a sus ambigüedades y tratar de enunciarlas, arroja al que lo intenta a terrenos resbaladizos. Del enredo sale con desenvoltura suficiente, en el que es su primer largo, David Reznak (cofundador de la sala independiente de cine La Enana Marrón), después de un año dedicado a registrar el día a día del psiquiátrico de Leganés (Madrid). El resultado, esta Osa mayor menos dos, narrada desde la no ficción, se construye en modo interactivo (según la tipificación de Bill Nichols) para dar prioridad a la oralidad. El director se implica, participa y da la palabra a sus protagonistas que hablan a cámara entre ellos, o simplemente se callan, para ofrecer un mosaico coral de sensaciones y vivencias. El verbo fluye libre, se hace inconexo, desquiciado, ilógico, incluso se inventa para descubrirse, de pronto, deslumbrantemente lúcido. “La locura posee una fuerza primitiva de revelación: revela que lo onírico es real, que la superficie tenue de la ilusión no tiene límites” , afirma un texto introductorio al propio film. Y la dificultad del discurso se hace signo y síntoma de la diferencia, al tiempo que relaciona al enfermo con “el otro” y con el espacio fuera de él. La propuesta, en su incorporación del propio documentalista (sin autoridad y siempre detrás de la cámara), trae a la memoria los grandes aciertos de Monos como Becky (J. Jordá y N. Villazán, 1999). Puede recordar incluso, por su capacidad de observación intensa y penetrante, a las enormes San Clemente (1980) y Urgencias (1987) de R. Depardon. Más allá de las relaciones, el film evidencia su vocación reflexiva al tiempo que compagina, por momentos, una intención simbólica. Se alternan así secuencias más denotativas: las olas de un mar grumoso, el fluir arrebatador de la gente en el metro en hora punta o el cielo atravesado por un avión, que juega con la abstracción y sugieren, quizás, una relativización de esas sutiles fronteras que parecen separar la locura institucionalizada (la hospitalaria) de la cotidiana. Alegorías al margen (y libres de interpretación), la adhesión a la realidad del film de Reznak muestra la imposible univocidad de sus imágenes, y la cinta se ofrece así abierta y amplia.
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