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Para este largometraje rodé con cámara Bolex y Arriflex SR trece horas de negativo de color en 16mm, intentando desarrollar un lenguaje personal, a veces artesano, en contra de la superficialidad, el morbo y sensacionalismo que suele acompañar a esta temática.

Lo monté en una moviola Steenbeck de 6 platos y cuando tuve un primer montaje de 2 horas y 10 minutos, tele cine el copión y magnético de sonido con sus empalmes y rallazos, y me fui al ordenador de mi amigo montador Martín Eller de donde sacamos el montaje final. Mis intenciones desde el principio fueron legitimar el delirio, y siempre fui consciente de que sería una película que se escribiría con la cámara y concretaría en el montaje.

Procuré que la cámara fuese discreta y respetuosa, introduciéndola siempre después de establecer una relación con el sujeto, intentando condicionar lo menos posible la escena. El equipo de rodaje fue, con este fin, lo más reducido posible, ligero y rápido, facilitando la improvisación que se convirtió en una constante a la hora de filmar a los pacientes que protagonizan esta película. La estética abrumadora del lugar invitó a espacios enteramente visuales o mudos, ángulos inusuales y macrofotografía en busca de texturas.

Al igual que el tren que me acerca a Leganés desde Madrid y me enseña la trastienda de fábricas y ciudades, este camino que sólo toma la vía de ferrocarril, mi estancia en el psiquiátrico se ha convertido en una mirada a la sociedad desde bastidores. Aquí la realidad es múltiple, la distorsión a través del delirio queda plasmada verbalmente en boca del paciente o visualmente mediante reflejos, imágenes deformadas por los vidrios soplados de la Unidad de Rehabilitación, los filtros del mundo, superposiciones, la niebla, luces inadecuadas, neones con temperaturas de color neuróticas, o el pulso nervioso de la ciudad (tráfico, estaciones de cercanías en horas punta, movimientos mecánicos de los ciudadanos de la urbe, etc.).

La locura tiene una fuerza primitiva de revelación: revelación de que lo onírico es real, de que la tenue superficie de la ilusión se abre sobre una profundidad incensurable. Toda la realidad es reabsorbida por la imagen fantástica y qué medio mejor que el cine, onírico por excelencia a través de su magia, para representarlo.

La visión general del psiquiátrico se concentra progresivamente profundizando en los pacientes de interés que se prestan a ello, retratando su vida fuera y dentro del centro, su hogar, el tránsito de un lugar a otro y la ciudad a través de sus ojos.

Este documental se filmó a lo largo del espacio natural de un año y medio para poder así retratar los acontecimientos puntuales de cada estación (fiestas, excursiones), seguir los ciclos (crisis-estabilidad) de los enfermos más jóvenes, la mejoría o rehabilitación de los más sanos y la irreversibilidad de los más viejos.